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lunes, 2 de mayo de 2011

6 - Vuelta al cole

Siete de la mañana. El despertador sonó demasiado fuerte y me desperté de un salto. Hugo alargó su mano para tranquilizarme y yo se la cogí. Me vestí, me peiné, me puse el desodorante, la colonia, los zapatos, desayuné, me lavé los dientes, cogí las llaves y salí. A las siete y cuarto, por más imposible que parezca, estaba en la calle. Es lo que pasa cuando estás nervioso, que todo lo haces a la velocidad de la luz y te da tiempo hasta de contar cuántas partículas de polvo están flotando por delante de tu cara. Cuando salí a la calle recordé algo que no tendría que haber olvidado.

- Hugo, ya estás vistiéndote y saliendo en menos de cinco minutos – amenacé. – Sí, sí, ya puedes ir lamentándote… ¡venga! No quiero llegar tarde, ¿me oyes? Que no, joder ponte unos zapatos y llévame en pijama, qué más da. Pues otro día te lo piensas mejor. Venga – colgué.

Afortunadamente solo tardó cinco minutos, y eso me salvó de llegar tarde. Llegué a las ocho menos cinco, por lo que no me sobraba el tiempo pero tampoco me faltaba. Le di un beso fugaz a Hugo y salí corriendo hacia la puerta principal. Como acto reflejó busqué que mi preciosa Escuti estuviera allí, y cuando la hube localizado me tranquilicé. Llamé al timbre.

- Hola, buenos días. ¿Todo bien? – me dijo el conserje, cuyo nombre ya sabía.
- Pues podría haber empezado mejor el día, Antonio. Pero se va a hacer lo que se pueda.
- No sufras, mujer. Seguro que irá todo bien. Además tan solo los verás media   hora, como mucho una hora – me guiñó un ojo.
- Me salvará eso – sonreí y me fui hacia la sala de profesores.
Al entrar los encontré demasiado alterados, y eso me estresó sobremanera. Había creído que sería la única que estaría nerviosa y que ellos me podrían tranquilizar, pero rápidamente vi que allí cada uno estaba pendiente de lo suyo y que mejor no incordiar. Los cafés iban de allí para allá, la mesa estaba más desordenada que nunca, y solo Carlos permanecía sentado.

- A ver, repasemos, Eva – me dijo Salomé. – A las nueve llegan todos, tanto los de primaria como los de Eso y Bachillerato. A las nueve y cinco iremos a tu tutoría y te presentaré. Entonces me iré y pasarás lista, darás los horarios y todas las circulares que te di ayer y a las diez, diez y media podrán marchar.
- Todo claro – dije.
- De acuerdo, entonces no hay nada más que deba decirte…

Cuando sonó la campana que marcaba las nueve empecé a temblar. Ya un poco antes comencé a notar un frío extraño y las manos me empezaron a sudar, pero hasta que no obtuve la señal que marcaba lo obvio no temblé. Algunos profesores salieron al pasillo para ver todas las caras y poder reír un rato. Yo me quedé dentro de la sala con los otros, en silencio, para escuchar el jaleo que aquellos adolescentes estaban armando. Entonces escuché una chica que preguntaba tímidamente: “¿es verdad que hay una profesora nueva?”. Me quedé tiesa. ¿Cómo lo sabían?

- Venga, Eva – anunció Salomé cuando entró de nuevo a la sala. – Dame algunas circulares que te ayudo.
- Gracias – fue todo lo que pude vocalizar.
- No sufras. En el fondo son buena gente. Solo hay que rascar en algunos y cavar un pozo en otros… - soltó una carcajada. – No, mujer. Era broma.

Me había tocado la tutoría de 1º de Bachillerato Biosanitario – Tecnológico. Cuando llegué a la puerta, que permanecía abierta, escuché muchas voces hablando alto, muy alto. En cuanto entré todos callaron.

- Buenos días, chicos – saludó Salomé. – Sé que estáis bastante alterados pero necesito que me atendáis un ratito – dejó las circulares encima de la mesa del profesor y me indicó que hiciera lo mismo.- Como todos supisteis el año pasado, Teresa se jubiló. Bueno, cuando digo “todos” ya me entendéis, los que sois nuevos obviamente no lo sabíais. Pero vaya que no viene al caso. Lo que sí nos interesa es que se fue Teresa y ha llegado Eva. Ella será vuestra tutora durante este año, así que espero que la tratéis como se merece, que si alguien os tiene que defender alguna vez será ella. ¿Entendido? – nadie contestó. – Bien, pues ahora os dejo con ella. Que tengáis un buen día.

Se fue. Me guiñó un ojo y se fue. Y yo me quedé más sola que la una, como un perro abandonado, con ojitos de pena esperando que alguien viniera a buscarme. ¿Cómo había llegado hasta allí? De pronto me encontré delante de treinta y dos adolescentes que me miraban como mirarían a un mono en el zoológico. Solo les faltaba darme comida y hacerme fotos.

- B-bien… como ya ha d-dicho Salomé… me llamo Eva – carraspeé un poco para darme fuerzas como fuera. – Voy a pasar lista y… y así os empezaré a conocer…

Ni yo me creí que empezaría a conocerlos por el simple hecho de pasar lista. Cuando llegué al número treinta y dos ya no me acordaba de cómo se llamaba el uno, ni tan siquiera el veintinueve.
Todos continuaban callados mirándome atentamente.

- Mirad, os reparto unas circulares que me han dicho que os dé. Son para que informéis a vuestros padres de cuándo recibirán el recibo de este mes y qué libros de lectura se han cargado de momento – empezó a haber un poquito de charla por el final de la clase, lo cual me alegró. – Luego hay esta – la enseñé – donde tendréis que facilitarnos los datos de vuestros padres para que si se les tiene que avisar o decir algo podamos hacerlo. – Cuando llegué al final de la clase para dar la última circular pregunté si todos tenían tres circulares, y contestaron con un tímido “sí”. – Bien, entonces os dicto los horarios, si os parece.

Me pareció demasiado arriesgado decir “si os parece”, pero esos chicos aparentaban estar en otra dimensión. Quizá es que había visto muchas películas con clases hiperactivas y llenas de gamberros que se drogan y atracan a sus vecinos, pero esperaba encontrarme unos alumnos más… ¿habladores?, ¿activos?, ¿despiertos?
Todos sacaron una libreta y un boli y se limitaron a copiar lo que yo les decía.
A las nueve y media ya lo había dicho todo, y parecía que ellos también.

- Bueno… y… ¿qué tal os ha ido el verano? – quise preguntar para romper el hielo.
- Bien… - contestaron entre todos.
- ¿Cuántos nuevos hay? A ver, levantad el brazo…

Diecisiete. De treinta y dos, diecisiete eran nuevos. Bonita estadística, quizá por eso estaban tan callados.

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