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sábado, 7 de mayo de 2011

6.1 - Aproximación

- Pues no sé qué preguntaros… ¿ya sabéis qué querréis estudiar después del bachillerato? – dije, aunque no obtuve ni una respuesta. – Vaya… bueno, a ver si el lunes mantenemos un poco más de conversación… Será que es el primer día y no tenéis ganas de empezar…
- ¿Puedo preguntarte algo yo ahora? – pronunció un chico del fondo.
- Tú eres… - cogí la lista e intenté adivinarlo, pero no quise mojarme. Él me contestó antes.
- Máximo, pero prefiero que me llamen Max.
- Ah, ya. Máximo Noriega – dije cuando lo localicé en la lista. - ¿Qué tipo de pregunta es?
- Nada extravagante – me contestó serio. La chica de su lado reía.
- A ver si vamos a estropear el primer día – avisé medio riendo para no parecer amenazadora.
- No, no, tranquila. Es que estábamos diciendo que te vemos muy joven para ser nuestra profesora. ¿Cuántos años tienes?
- Te responderé, aunque no encuentro que sea una pregunta demasiado adecuada para hacerme, teniendo en cuenta que prácticamente no nos conocemos.
- Precisamente por eso, para conocernos te he preguntado la edad – respondió.
- Pues la edad precisamente no tendría que ser lo primero que preguntaras. Tengo veinticinco años, y los llevo muy bien, pero si no los llevara muy bien ya habrías conseguido que te tuviera entre ceja y ceja – sonreí.- ¿Qué año nacisteis vosotros?
- El 95 – dijo la chica de al lado de Max.
- Vaya, qué rápido pasa el tiempo – solté. Miré el reloj. – Tan rápido que ya podéis recoger. Nos vemos el lunes. Que tengáis un buen fin de semana.

Recogí las circulares que habían sobrado y me las llevé a la sala de profesores. Volví para cerrar el aula, que supuse que ya estaría vacía, y me encontré a una chica morena que salía. Me habría gustado responderle “adiós” y su nombre como respuesta a su “adiós, Eva”. Me iba a costar lo mío aprendérmelos.

- ¡Eva! – gritó Samuel cuando estaba cerrando la clase.
- Hombre, ¿qué tal? – le dije.
- Pues normal. Los que no somos tutores hoy tampoco hacemos nada con los chavales… Así que, pasando el rato. ¿A ti cómo te ha ido?
- La verdad, supongo que bien.
- ¿Cómo que supones?
- Es que estaban todos muy callados. Me esperaba que estuviesen hablando sin parar… no sé, acaban de llegar de vacaciones, tendrán cosas que contarse, digo yo.
- Pues sí, es extraño. Pero bueno mejor para ti, ¿no? Vamos a tomar un cafelito.

Dos del mediodía: sonó el último timbre. A y cinco ya estaba fuera. Un Audi estaba en la carretera de delante de la puerta. EL Audi. Entonces recordé su mensaje: “Bueno, como quieras. ¿El chico que te acompaña es el famoso Hugo? Mañana me pasaré por tu colegio. Beso.” Dudé si acercarme o hacer ver que no lo había visto, pero reparé en que mi preciosa Escuti estaba justo delante de él. Me acerqué disimulando, y cuando estaba sacando el casco del asiento noté cómo bajaba la ventanilla. Psst, psst. Me tuve que girar.

- Venga, no disimules más, ¿quieres? – se rió. – Lo haces fatal, que lo sepas.
- ¿Qué haces aquí?
- Te lo envié por mensaje.
- ¿Pero por qué has venido? – puse mi bolso dentro del asiento.
- Vaya, ¿tanto me has echado de menos?
- Me tengo que ir.
- Oye, oye. No te vayas así. Antes de irte quiero que me digas por qué me estás hablando de esta manera últimamente.  ¿A caso te he hecho algo? Creo que todo ha ido bien, ¿no? Creo que la única vez que te enfurruñaste fue cuando me llevé tu moto sin que te lo dijera. Pero ya está.
- Déjalo.
- No lo dejo – bajó del coche. - ¿Me lo explicas?

Se acercó lo suficiente a mí como para que pudiera oler su perfume. O su desodorante. Lo que fuera. Ese olor podía conmigo. Se aproximó lentamente a mí, de una manera casi imperceptible, y yo lo miraba embobada. Llegó a cogerme la mano sin que me enterara, y fue gracias a Samuel que desperté.

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