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viernes, 15 de abril de 2011

4.2 - Escaleras

Después de despedirme con un buen beso y un gran abrazo cerré la puerta de casa y bajé por las escaleras. Nunca me gustaron los ascensores. Gastan energía inútilmente, te convierten en un ser cómodo incapaz de subir y bajar unos escalones, y además pierdes tiempo esperándolo porque parece que todos los vecinos se han puesto de acuerdo para salir a la vez. Por no hablar de cuando alguno de ellos se olvida la puerta abierta, o se encuentra con otro y empiezan a hablar sin pensar en el pobre desgraciado que quiere utilizarlo.

 
Las escaleras rodeaban el hueco del ascensor, y cuando bajé me encontré a Paco, el hombre que vivía en el segundo, que precisamente estaba esperando para poder montarse en la gran máquina tele transportadora. Nos dimos los buenos días y continué bajando, pero cuando estuve a medio piso escuché que decía mi nombre. Subí dos escalones hasta que pude verle y le sonreí mientras le preguntaba qué necesitaba de mí.

- Esta semana has empezado a trabajar en una escuela, ¿verdad, bonita?
- Pues sí, esta misma semana, sí – me pareció extraño que lo supiera.
- Qué bien, en estos tiempos es difícil encontrar trabajo… me alegro mucho por ti, bonita.
- Muchas gracias, Paco, de verdad. Creo que no soy capaz de darme cuenta de  la gran suerte que he tenido al encontrar trabajo tan temprano.
- Pues sí, la verdad es que has tenido mucha suerte. Mi hija acabará este año la universidad y yo creo que lo tendrá muy difícil para encontrar trabajo… - miró al suelo como si estuviera avergonzado.- ¡Y encima trabajas de lo que te gusta!   Mírame a mí que ahora me voy a trabajar al mercado, y nunca me ha gustado hacerlo. Pero, ¿sabes, bonita? Te acabas acostumbrando. Ahora hasta podría     decir que me gusta un poco, pero solo un poco, ¿eh? A quien le gusta de verdad es a Concha. Ella sí que disfruta…
- Lo sé, Paco, se nota mucho que a Concha le encanta. Si entras al mercado lo   primero que se oye es su voz hablando con las clientas – vi como el ascensor subía y se paraba en el segundo. – Bueno, Paco, voy bajando. Que vaya bien el día.
- ¿No subes?
- No, gracias.

Me monté en la moto, que ya estaba arreglada, y empecé mi cuarto día en la escuela. El martes y el miércoles había conocido a los otros profesores y, aunque con Lola y Carlos no había hecho muy buenas migas, me sentía a gusto allí dentro.

- ¿Preparada para el último día de relax? – me saludó Javi cuando entré a la sala de profes.
- Uf, no sé, estoy un poco nerviosa…
- ¡Huy, no! No te pongas nerviosa, mujer. Mírame a mí, me han cambiado las obras que entran en selectividad, y estoy aquí tan pancho – dijo Martín, que se estaba tomando un café.
- Pero tú ya te lo conoces todo – dije. – En cambio yo…
- ¡No, no! Tú también lo sabes. ¿Would you like a coffee? – me preguntó Ana.- Yo es que ya voy practicando, ¿sabes?
- Como si te faltara practicar, Ana – bromeó Javi. – Quien tiene que practicar es Lola, ¿eh Lolita?
- Muy gracioso, Javier, pero creo que tendrías que ser tú quien practicara. Creo que has llegado con unos kilitos de más – contestó ella.
- Bah, pero si les digo a mis alumnos que corran por el patio, no hace falta que yo lo haga. En cambio tú tendrás que hablar en francés, y creo que lo tienes un  poco olvidado. Como me han dicho que ahora te entiendes con un alemán… - empezó a reír él solo, y después se le añadió Ana.
- ¿Y a ti qué te importa con quién me entiendo o me dejo de entender? – saltó  Lola.
- Venga, hombre. Parecéis un par de críos. Javi, aguántate un poquito estas ganas de chinchar, ¿quieres? – dijo Salomé.

Poco después entró Samuel, el profesor de dibujo técnico. Cuando lo conocí el martes no me cayó excesivamente bien, pero el miércoles fuimos juntos a desayunar y consiguió cambiar mi opinión. Tenía treinta y un años, un hijo de tres, y estaba separado de su mujer desde hacía año y medio. No sabía qué decirle ya que cuando le miraba me acordaba del motivo de su divorcio y del sufrimiento que eso le había causado. Se sentó a mi lado y empezó a hojear su libro. Suspiró unas cuantas veces.

 - Qué pereza me da tener que empezar mañana – susurró.
- Yo no puedo parar de ponerme nerviosa.

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