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domingo, 20 de marzo de 2011

3.1 - La escuela

- Ya hemos llegado – dijo.
- Gracias – cogí el bolso, que había dejado en los asientos de atrás, y abrí la puerta rápidamente.
- Eva.
- Dime.
- De verdad que lo siento si he dicho algo que no debía. Ya sabes que no pienso antes de hablar. Si puedo hacer algo para compensarlo…
- Déjalo, Neo. No tienes por qué disculparte. Lo querías decir, y lo has dicho. Ambos sabemos que sí piensas antes de hablar, y de hecho piensas demasiado. Lo que no entiendo es por qué te empeñas en mentir. No sé si tú te acuerdas de cómo soy yo, pero yo no he olvidado tu forma de pensar y de decir las cosas, y si crees que me puedes engañar lo llevas claro – exploté. - Te conozco casi como si llevara toda la vida contigo - miré hacia el colegio. - Y ahora me voy, que ya llego demasiado tarde – cerré la puerta del coche sin dejar que contestara.

Me fui un poco enfadada y decepcionada, pero al andar un poco se me pasó. Llegué a la puerta principal del colegio y llamé al timbre. Un hombre de unos cuarenta años me miró a través del cristal y me abrió.

- Hola, ¿quieres algo? – me preguntó confundido.
- Hola, buenos días. Busco a Joaquín, el director.
- Aaah, ya, ya sé. Bueno siéntate por aquí, porque aún no ha llegado – señaló unas sillas que había al lado de una pared azul. - ¿Eres Eva?
- Sí, yo misma – sonreí de una forma que después me pareció demasiado falsa. - ¿Y cuándo llegará?
- No tengo ni idea. Teóricamente ya tendría que estar aquí, pero como es el primer día… supongo que no se lo habrá tomado muy en serio. Si quieres les digo a los demás profesores que has llegado y así os vais conociendo.

No sé si fue por cosas del destino, pero antes de que pudiera responderle llamaron a la puerta. Pude ver el rostro de Joaquín esperando al otro lado del cristal. Obviamente lo recordaba más joven, con más pelo, y un poco más alto. Aun así continuaba siendo apuesto y con buena planta.

- Vaya, Eva. Lo siento, ¿he tardado mucho? – dijo al verme ahí de pie mirándole.
- No, no, si yo también acabo de llegar – sonreí.
- Bien, espérame aquí dos minutos y te vengo a buscar.

El hombre que me había abierto la puerta había marchado después de recibir a Joaquín, y me encontraba sola en el hall. No creo que tardara ni dos minutos en volver, y fuimos hacia su despacho. Después de que me indicara que me sentara en una silla me quité el bolso y lo dejé en otra.

- Bueeno… ¿cómo va todo? ¿Has llegado bien hasta aquí? – dijo con una media sonrisa, y se sentó en su sillón.
- La verdad es que he tenido problemas, pero vaya… aquí estoy – le dediqué una de mis mejores sonrisas.
- Bueno, lo importante es que hayas llegado – empezó a buscar unos papeles. – Mira tienes que firmarme aquí… - señaló un recuadro, me dio un bolígrafo y firmé. – Y… aquí también – firmé de nuevo. - Muy bien. Pues a ver, te        encargarás de las clases de castellano de bachillerato. Eso significa que tienes  que saber lo que vale un peine.
- Ya me lo imagino…
- Realmente no lo imaginas. Intentarán tomarte el pelo, porque se te ve joven,  sin experiencia, y ellos harán lo que sea con tal de no trabajar y hacerte la vida imposible. Yo siempre digo una cosa: cuando traspasas la puerta, te conviertes en la que sabe más y la que manda. Aunque parezca que ellos saben de lo que hablan y sean capaces de hacerte dudar, no debes dudar.
- Eso también lo decía mi madre. Pero siempre he estado en contra.
- Bueno. Cuando entres a dar clase te darás cuenta de quién tiene razón y quién no – sentenció con un tono que rozaba lo amenazador.
- ¿Los horarios están listos? – quise cambiar de tema para no empezar con mal pie.
- Sí, ahora los daré. Mira, si sales fuera, sigues el pasillo todo recto y giras a la derecha encontrarás una puerta negra. Es la sala de profesores, y allí están todos los profes. Si esperas allí ahora vendré a daros los horarios.

Me dirigí hacia esa puerta negra, y llamé tres veces. Una voz masculina entonó un “adelante” que me permitió pasar.


Justo lo primero que se veía al abrir la puerta era una gran ventana, cuya luz era el toque esencial que tenía la sala. Una de las paredes tenía un póster de una mona con gafas y un libro bajo el brazo, las otras, en cambio, estaban desnudas. Una gran mesa en medio de la sala rodeada por ocho sillas dividía el espacio en dos. En la pared de la derecha había una estantería llena de cajas y papeles y, al lado, una mesa con una cafetera y un dispensador de agua. En la izquierda se encontraba otra estantería con libros, diccionarios y enciclopedias y, al lado, en línea recta con la cafetera, una mesa con un ordenador. Solo había tres personas, dos mujeres y un hombre. Una de las mujeres parecía pasar los cuarenta, la otra estaría por los treinta, igual que el hombre.


- ¡Hola! ¿Eres Eva? – preguntó el hombre.
- Sí, hola – sonreí para causar buena impresión.
- ¡Encantado! Yo soy Javier, Javi para los amigos – me dio la mano. – Soy el profe de educación física.
- Ah, encantada – continué con mi sonrisa.
- Ana – se presentó la de treinta. – Inglés.
- Yo soy Valeria, doy historia y geografía. Encantada.
- Igualmente – mi sonrisa no cesaba.
- Faltan algunos profesores, pero bueno – dijo Javi al ver que miraba con curiosidad la sala. – La jefa de estudios, Salomé, vendrá dentro de nada. Ahora no recuerdo dónde ha ido…
- Nos ha dicho que iba  un momento al baño. Ay tu memoria, Javi… - comentó   con humor Ana, y él simplemente rió.
- Bueno, mira, tu libro de castellano debe estar en esa estantería… - Valeria se  acercó a la estantería. – Ah, sí, ¿ves?, es este. Míratelo un poco…
- Ay pobre, Valeria… acaba de llegar y ya la mandas a mirar el libro… ¡si no debe ni saber dónde está! – se burló Javi.
- Oye, ¿te han dicho la tutoría que te toca? – me preguntó Ana.
- ¿Tutoría? – fruncí el ceño.
- Sabía que Joaquín no te diría nada, ¿verdad que te lo he dicho, Valeria? – se sentó en la silla del ordenador y lo abrió. Valeria se limitó a asentir.
- Bah, Joaquín últimamente está que no está – comentó Javi. Yo fruncí otra vez el ceño. – Es que su mujer murió.
- Javi… - dijo Valeria como si le advirtiese.
- Valeria… - contestó él, imitándola. – Si se supone que va a estar aquí todo el curso… tendrá que saberlo, ¿no? Sí – se respondió él mismo. – La mujer de      Joaquín murió hace poco… un año o así. Y desde entonces está un poco rarillo.
- Borde, más bien – dijo Ana.
- Y claro, quizá si te decía lo de la tutoría pues no te gustaría o yo qué sé.
- Sois muy rebuscados – dijo Valeria. – Puede que simplemente se haya olvidado de hacerlo. No puede estar en todo.
- ¡Venga hombre, Valeria! Acabamos de volver de vacaciones… ¿y se le ha olvidado? No cuela – dijo Javi.
- Pero… ¿qué es esto de la tutoría? – pregunté yo, y entonces Ana y Javi empezaron a reírse y, Valeria, por primera vez, sonrió.

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