Photobucket

domingo, 6 de marzo de 2011

2 - Reencuentro

Estaba sentada en el suelo leyendo un libro acerca del autismo, ya que sentía interés por el tema, aunque inicialmente hubiera empezado buscando libros de gatos. Mientras leía, absorta, unos pies con bambas Adidas se colocaron justo al lado de mis piernas. Seguí la vista desde los tobillos hacia la cabeza.

- Perdona, es que me gustaría mirar unos libros de aquí... - dijo señalando la estantería que quedaba justo delante de mí y que no podía consultar conmigo en medio.
- Ay, lo siento – me levanté y me fui a sentar en otro trocito de suelo, porque las sillas estaban todas ocupadas.

Ni me fijé en su cara, en su peinado, en sus ojos... tan sólo sabía que sus Adidas eran blancas con el logo negro y los cordones verdes fosforito. Entonces, otra vez vi que el fosforito estaba al lado de mis piernas. Le miré de nuevo.

- Oye... es que antes... eh... bueno... - se rascó la cabeza de una forma bastante graciosa. - Es igual, lo siento...

- Como quieras... - continué leyendo.
- Es que, oye – bajé el libro para mirarlo de nuevo. - ¿Eres Eva?
- Y tú... ¿quién eres? - le dije un poco asustada.
- ¡No me digas que no me recuerdas! - gritó.
- ¡Shhhhhhhhhhht! - el bibliotecario se levantó y vino hacia nosotros. - Chicos,    si queréis hablar vais fuera, ¿eh?
- Perdón, perdón – contesté.

Salimos a la calle, y debo reconocer que estaba muy nerviosa.  A duras penas había cambiado su condición física. Continuaba siendo el chico guapo, alto y musculado que yo había conocido años antes, pero esta vez, mientras lo miraba, también podía observar un chico que había crecido, ahora se le apreciaba su madurez. Quizá era por la barba de tres días que llevaba, y que no le quedaba mal, por cierto. En cambio yo… ¿habría cambiado mucho?, ¿habría notado que ya no soy la misma? De golpe me planteé muchas cosas, demasiadas, y seguro que mi rostro las daba a entender todas.

- Eva, ¿estás bien? – me preguntó cuando salimos de la biblioteca.
- Sí, sí, ¿por qué?
- No sé es que te he preguntado una cosa y me ha parecido como si estuvieras en shock. Ya sé que estabas secretamente enamorada de mí, aunque te hicieras la fuerte, y que ahora al ver    mi impresionante belleza has vuelto a caer en mis redes… pero no sé, podrías disimular un poco, ¿no?
- Serás imbécil. Qué más quisieras tú que yo estuviera enamorada de ti – me puse a reír.
- ¡Eeeh! Continúas teniendo esa risa tan bonita – se me quedó mirando con cara de idiota.
- Sí, y tú esa facilidad para tirar los trastos a la primera chica que se te cruza…
- Esas cosas no se abandonan fácilmente – y me sonrió. – Lo que te he      preguntado antes… ¿tienes tiempo para ir a tomar algo y charlar?
- Ahora mismo la verdad es que no.
- Uuuuhh… ¡tienes miedo! – gritó y echó una carcajada.
- ¿Qué dices?, ¿miedo a qué? – le devolví el grito.
- Tienes miedo a quedarte conmigo – y movió las cejas haciéndose el interesante.
- Estás fatal.
- Lo sé. Pero si no es por eso, ¿entonces por qué te tienes que ir?
- Porque mi novio me está esperando en casa, le había dicho que llegaría a las nueve y son las nueve y cuarto. Tengo un cuarto de hora de camino…
- Pues llámale y dile que te has encontrado con el amor de tu vida y que   necesitas hablar con él.
- Definitivamente estás fatal.

Me acompañó a casa. No sé cómo acabó convenciéndome,  ni si realmente lo hizo, pero me acompañó.
Cada vez que le miraba a los ojos sentía esa sensación de debilidad, de inferioridad, pero a la vez sabía que estaba más segura que nunca. Y eso lo podía todo, porque aunque me sintiera alguien inferior a él, no era por su forma que tenía de tratarme, sino porque yo sola lo sentía así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario