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martes, 29 de marzo de 2011

4 - ¿Comemos?

Crucé la calle para entrar en casa, saqué las llaves del portal y, cuando estaba a punto de abrirla, me di cuenta de que Neo aún estaba sentado en su coche, con la cabeza apoyada en el reposa cabezas y las manos entre su pelo. Me quedé unos segundos aguantando la puerta y observándole desde la distancia. Él volvió su cabeza hacia mi portal y, al ver que yo le estaba mirando e imaginar que seguramente llevaba un buen rato haciéndolo, hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa. Mi corazón hizo un vuelco, la vergüenza se apoderó de mí, pero un pequeño impulso me guió.

- ¿Quieres subir? – le pregunté desde la puerta aprovechando que me estaba    mirando.
- Eh… - miró la hora de su reloj. – Si me invitas a comer… acepto.

Mientras buscaba aparcamiento empecé a preparar la comida. No sabía qué le gustaba y qué no le gustaba. Los nervios bailaban y saltaban en mi estómago, y yo intentaba combatirlos para que no los notara. No sé cuántas veces abrí las puertas de los armarios de la cocina, ni la de la nevera, pero lo que sí recuerdo es que cuando llegó Neo aún no había empezado a cocinar nada.

- Déjame, ya cocino yo.
- ¡Cómo vas a cocinar tú! Me lo quemarás todo.
- ¿Y tú qué sabes cómo cocino yo? – se hizo el ofendido.
- Además, si no sabes qué tengo en mi cocina, ¿qué se supone que vas a cocinar?
- Hombre, supongo que tendrás alguna cosa, así que me conformo con eso.

Me senté en el sofá y abrí la tele. La verdad es que me había quitado un gran peso de encima al decirme que cocinaba él. Nunca me gustó hacerlo, y si me había acostumbrado a ello era porque a Hugo aún le gustaba menos y encima llegaba más tarde que yo. Me avisó que estaba a punto de acabar de cocinar y empecé a poner la mesa. Se le veía gracioso tan concentrado y con el delantal que le había puesto para que no se manchara.


- ¡Voila! Una rica ensalada, y un rico, rico, bistec con patatas –dejó los platos encima de la mesa del comedor.
- Bueno, al menos tiene buen aspecto – bromeé.
- ¡Hombre, pues claro! Venga, a comer se ha dicho.

No dijo nada mientras comió. Solo me miraba, sonreía, y engullía. Parecía que yo me había quedado toda su vergüenza y estaba sufriendo el doble.

- Lo siento – dijo cuando acabó.
- ¿Eh? ¿Qué sientes? – pregunté desconcertada.
- No sé… cuando te he dejado en el colegio has marchado tan así, de golpe, diciéndome eso… De verdad, lo siento.
- ¿Aún estás con eso? Déjalo, de verdad. No ha sido nada.
- Y luego te has enfadado porque he cogido tu moto sin permiso. No hago nada bien.
- Ahora no te hagas la víctima, que te veo venir – comencé a recoger los platos y a llevarlos a la cocina. – Y no me he enfadado.
- Me has gritado.
- Hombre, porque estaba como una loca buscando la moto. Yo qué iba a saber  que te la habías llevado tú porque me había dejado las llaves en tu coche…

Dejamos el tema porque entendimos que no conseguiríamos nada con aquello. Puse el lavaplatos y me fui a estirar al sofá, donde Neo ya estaba sentado mirando la televisión. Me preguntó si se podía quitar los zapatos, y yo le respondí con un «claro, estás en tu casa». Se los quitó, los subió al sofá y quitó el cojín de su espalda con un suspiro de calor. Diez minutos después se había quedado dormido. Cerré la televisión y me puse a escuchar el silencio. Eran las cuatro y media de la tarde, y no había ni un alma que quisiera aventurarse a salir ante el sol que picaba a aquella hora. Solo se escuchaba el tic-tac del reloj que había al lado de la puerta del salón, en una estantería. Me quité los zapatos porque me notaba los pies cansados. Intenté subirlos al sofá sin despertar a Neo, y no fue difícil conseguirlo. Al poco rato yo también me dormí. 

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