Photobucket

sábado, 12 de marzo de 2011

2.1 - Londres

Él me trataba bien, demasiado incluso. En los años de instituto me defendía ante cualquier cosa si yo no podía hacerlo. Llegó a ser alguien muy importante para mí, un pilar que me sostenía cuando yo ya no tenía fuerza, pero creo que nunca se lo demostré. Era un chico tan extrovertido, amigo de todos y querido por todas, que infinidad de veces dudé si realmente yo era su amiga o solo era otro ligue más.
Si me preguntas por mi relación con él, mi respuesta no será muy extensa: éramos compañeros de clase, punto. ¿Por qué? Supongo que nunca aceptaré que un tipo como él hubiera conseguido gustarme. No quiero asumir mi fracaso, aunque indirectamente ya lo estoy haciendo ahora. Es precisamente por eso por todo lo que le odio. Hizo que me enamorara de él como si yo fuera una más de ellas, aunque le demostré que no era así.
Él había hecho que me valorara. Cada vez que me sonreía e intentaba tontear conmigo hacía que me sintiera bien conmigo misma, pero en el fondo me notaba pequeña a su lado, porque si yo estaba feliz era porque él quería que así fuera, y como siempre lo conseguía me invadió la rabia. ¿Era una muñeca para él?
Cuando tomamos caminos distintos me sentí, en parte, liberada. Pero luego me di cuenta de que sin él era un alma perdida. Sus brazos me acunaron durante un tiempo importante, aunque no muy largo, y cuando me dejó ir me  sentí desprotegida.

- Me ha encantado volver a encontrarte. Encima en este momento… me sentía solito – sonrió.
- Solito… - levanté las cejas, sin acabar de creérmelo. - Te debe costar estar solito.
- Huy, qué va. Te sorprenderías de lo solito que estoy últimamente… Pero bueno, no estaba diciendo eso… - se quedó pensando unos segundos. - Supongo que debes vivir aquí.
- Sí, por algo he parado – sonreí ante ese comentario absurdo.
- Bueno… pues aquí te dejo.
- Gracias.
- Nada. Por ti es lo mínimo – puso su mano en mi hombro. - ¿Me das tu número de móvil?

Se lo di, y él me dio el suyo. Cuando subí a casa Hugo ya dormía, y eso que solo eran las nueve y media, pero al día siguiente marchaba de viaje a Londres. Según él, se trataba de una gran oferta de trabajo que no podía rechazar. 


Desde entonces viaja cada semana hacia Londres, porque sus “alumnos” (él dice que son sus clientes, pero yo creo que es mejor llamarlos alumnos) viven allí, aunque algunos de ellos hayan nacido en España. Al menos no se gasta el dinero en sus viajes ya que, como sus alumnos tienen dinero y saben que es un esfuerzo el tener que ir de aquí para allá cada semana, tienen la gran amabilidad de pagarle los billetes de avión. Él no lo aprecia, pero realmente tiene suerte de tener esa gente como cliente, porque cualquier otra persona ni se habría preocupado en pagarle el transporte.
Primero empezó yendo de lunes a miércoles y volvía los jueves de madrugada porque solo trabajaba con un chico, pero poco después empezó a trabajar con más gente. Así que la cosa se alargó y comenzó a currar de lunes a viernes. Mientras tanto yo me quedaba en casa, sin nadie. A veces creía que Dios existe y que, para que no me perdiera, puso a Neo otra vez en mi vida. Pero automáticamente cada vez que pensaba eso me daba cuenta de lo idiota que era.

Al día siguiente me desperté y él ya no estaba. En su mesita de noche había un post-it que decía: “Qué mona estás cuando duermes. Te prometo que llamaré al llegar. Te quiero.”. No me puedo quejar porque durante el primer mes me dejaba siempre una notita cuando marchaba, pero supongo que se acabó cansando, y disminuyó la frecuencia de las notitas, aunque me continuaba enviando mensajes al móvil. Tampoco pretendía que estuviera toda la vida dejándomelas, porque al principio hacían gracia pero al final acababan siempre diciendo lo mismo, pero era bonito saber que antes de marchar había pensado en mí. Aun así prefería que me lo dijera a la cara, que por nota es demasiado fácil, y aquí fue precisamente donde empezamos a ir mal. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario