Photobucket

martes, 29 de marzo de 2011

4 - ¿Comemos?

Crucé la calle para entrar en casa, saqué las llaves del portal y, cuando estaba a punto de abrirla, me di cuenta de que Neo aún estaba sentado en su coche, con la cabeza apoyada en el reposa cabezas y las manos entre su pelo. Me quedé unos segundos aguantando la puerta y observándole desde la distancia. Él volvió su cabeza hacia mi portal y, al ver que yo le estaba mirando e imaginar que seguramente llevaba un buen rato haciéndolo, hizo una mueca que pretendía ser una sonrisa. Mi corazón hizo un vuelco, la vergüenza se apoderó de mí, pero un pequeño impulso me guió.

- ¿Quieres subir? – le pregunté desde la puerta aprovechando que me estaba    mirando.
- Eh… - miró la hora de su reloj. – Si me invitas a comer… acepto.

Mientras buscaba aparcamiento empecé a preparar la comida. No sabía qué le gustaba y qué no le gustaba. Los nervios bailaban y saltaban en mi estómago, y yo intentaba combatirlos para que no los notara. No sé cuántas veces abrí las puertas de los armarios de la cocina, ni la de la nevera, pero lo que sí recuerdo es que cuando llegó Neo aún no había empezado a cocinar nada.

- Déjame, ya cocino yo.
- ¡Cómo vas a cocinar tú! Me lo quemarás todo.
- ¿Y tú qué sabes cómo cocino yo? – se hizo el ofendido.
- Además, si no sabes qué tengo en mi cocina, ¿qué se supone que vas a cocinar?
- Hombre, supongo que tendrás alguna cosa, así que me conformo con eso.

Me senté en el sofá y abrí la tele. La verdad es que me había quitado un gran peso de encima al decirme que cocinaba él. Nunca me gustó hacerlo, y si me había acostumbrado a ello era porque a Hugo aún le gustaba menos y encima llegaba más tarde que yo. Me avisó que estaba a punto de acabar de cocinar y empecé a poner la mesa. Se le veía gracioso tan concentrado y con el delantal que le había puesto para que no se manchara.


- ¡Voila! Una rica ensalada, y un rico, rico, bistec con patatas –dejó los platos encima de la mesa del comedor.
- Bueno, al menos tiene buen aspecto – bromeé.
- ¡Hombre, pues claro! Venga, a comer se ha dicho.

No dijo nada mientras comió. Solo me miraba, sonreía, y engullía. Parecía que yo me había quedado toda su vergüenza y estaba sufriendo el doble.

- Lo siento – dijo cuando acabó.
- ¿Eh? ¿Qué sientes? – pregunté desconcertada.
- No sé… cuando te he dejado en el colegio has marchado tan así, de golpe, diciéndome eso… De verdad, lo siento.
- ¿Aún estás con eso? Déjalo, de verdad. No ha sido nada.
- Y luego te has enfadado porque he cogido tu moto sin permiso. No hago nada bien.
- Ahora no te hagas la víctima, que te veo venir – comencé a recoger los platos y a llevarlos a la cocina. – Y no me he enfadado.
- Me has gritado.
- Hombre, porque estaba como una loca buscando la moto. Yo qué iba a saber  que te la habías llevado tú porque me había dejado las llaves en tu coche…

Dejamos el tema porque entendimos que no conseguiríamos nada con aquello. Puse el lavaplatos y me fui a estirar al sofá, donde Neo ya estaba sentado mirando la televisión. Me preguntó si se podía quitar los zapatos, y yo le respondí con un «claro, estás en tu casa». Se los quitó, los subió al sofá y quitó el cojín de su espalda con un suspiro de calor. Diez minutos después se había quedado dormido. Cerré la televisión y me puse a escuchar el silencio. Eran las cuatro y media de la tarde, y no había ni un alma que quisiera aventurarse a salir ante el sol que picaba a aquella hora. Solo se escuchaba el tic-tac del reloj que había al lado de la puerta del salón, en una estantería. Me quité los zapatos porque me notaba los pies cansados. Intenté subirlos al sofá sin despertar a Neo, y no fue difícil conseguirlo. Al poco rato yo también me dormí. 

miércoles, 23 de marzo de 2011

3.2 - En el taller

Hablando con sinceridad, tenía miedo al pensar en cómo serían los demás profesores de la escuela. ¿Y si no me llevaba bien con ellos? Pero por suerte ese miedo se evaporó al ver que eran muy simpáticos, y sobre todo al comprobar que tenían un gran sentido del humor. Y, aunque solo hubiera conocido a tres de ellos, me había llevado una buena impresión, y eso es lo que realmente importa, porque si solo llegar no me hubiera sentido cómoda habría sido difícil conseguirlo después.
Estuvimos un rato hablando, y después llegó Salomé. Si Ana y Valeria eran morenas, ella era rubia, pero se le notaba que no era su color natural. Supongo que tendría unos cuarenta años más o menos, aunque parecía más joven. El buen rollo no se rompió al añadirse a nosotros, sino al contrario. Parecía que llevara toda la vida entre esa gente, y me contaban todos los cotilleos que pudiera necesitar para moverme por entre aquellos pasillos. También me avisaron sobre algunos alumnos y cómo tratarlos, y hasta me dieron consejos para no perder los nervios.
Fue Salomé quien me contó que había habido problemas con la asignación de una tutoría de bachillerato, y por horarios solo podía hacerla yo. Según su punto de vista, iba a ser algo difícil para mí, pero yo lo vi como una gran oportunidad para conocer a los alumnos, y también como una manera de hacer algo más que castellano y así entretenerme un poco.

Salí a las dos del mediodía del colegio dispuesta a marchar a casa, y entonces recordé que mi moto no estaba allí porque no funcionaba. Mi móvil empezó a sonar.

- ¿Hola? – dije al ver quien llamaba.
- ¡Hola! Te estoy viendo, ¿vienes? – dijo.
- ¿Que me estás viendo? ¿Dónde estás? – empecé a mirar por todos sitios para  ver si veía el Audi.
- Casi. Casi miras hacia la dirección donde estoy… Vamos, mujer, ¿no me ves? – se estaba riendo.
- ¡Neo! – grité fingiendo que me estaba enfadando, aunque en el fondo me parecía algo divertido. – Venga, ¿dónde estás?

Una vez le hube localizado subí al coche de nuevo sin planteármelo, ya que si no lo hubiera hecho habría tenido que ir a buscar un taxi o algún otro transporte público, y no tenía ganas.

- ¿Cómo sabías a qué hora salía? – le pregunté cuando me hube atado el cinturón de seguridad.
- No lo sabía – sonrió y arrancó.
- ¿Y entonces?
- Llevo desde la una aquí esperando para asegurarme… – se le veía       avergonzado.- Ya empezaba a creer que habías salido antes…
- Vaya, pues gracias…


Me miró unos segundos mientras estábamos parados en un semáforo, y puso su mano derecha en mi rodilla. El hombre del semáforo se puso en rojo, Neo me dio un golpecito suave y arrancó. Mi corazón estaba a punto de alcanzar tal velocidad que creí que me iba a salir del pecho. Empecé a tener mucho calor, demasiado, y me quité la chaqueta.

¿Cómo podría describir su pelo? Ni rubio ni moreno, algo largo aunque tampoco demasiado, y lacio. Demasiadas veces quise que mi mano se perdiera entre sus cabellos, y me avergonzaba por ello. Me quedé mirándolo fijamente mucho rato mientras conducía, y él, que se había dado cuenta, se limitaba a sonreír y a mirar adelante.

Llegamos a mi calle y bajé del coche. Miré hacia la acera donde había dejado la moto, y no la encontré.

- ¡Mi moto! ¡Mi moto! ¡Me han robado la moto! – grité como una loca después de recorrerme la calle dos veces.
- Estate quieta, ¿quieres? Te la he llevado yo al taller – me dijo mientras me seguía.
- ¿Qué? – paré en seco. - ¿Y cómo has cogido mi moto? Si tengo yo las… - empecé a buscar las llaves en mi bolso pero no las encontré. - ¿Y mis llaves?
- Tengo una manía, y es que cada vez que bajo del coche miro si me dejo algo,  tanto en los asientos delanteros como en los traseros, y al mirar los de atrás…  he visto las llaves. Supongo que se cayeron del bolso – me miraba con mucha tranquilidad mientras hablaba. – Y he pensado que podría llevártela al taller.
- ¿¡Y por qué no me lo has dicho!? ¡Joder! – lo miré casi enfadada, y me di cuenta de que estaba un poco asustado. - ¿Pero cuántas vueltas he dado? – comencé a reír para que cambiara su expresión.
- No sé, dos o tres… - sonrió un poco para disimular.
- Bueno, pues gracias por llevarla. Ya me dirás cuánto te ha costado y te lo devuelvo.
- No, tranquila. No tienes que pagarlo.
- ¿Cómo que no? Sí, hombre.
- Que no, mujer. Digamos que es un regalito…
- Aaanda ya. Pago yo el taller y ya me regalarás una cosa mejor que eso – insinué.
- Bueno, me lo pienso.

Había quedado un poco tocado por mi reacción, aunque tampoco hubiera sido para tanto. Dio media vuelta y se dirigió hacia el coche, que estaba en segunda fila. Dije su nombre, se giró, y se despidió con la mano. Supongo que no le gustó que después de haber tenido el detalle de llevarme la moto sin que se lo pidiera reaccionara de esa forma. Me sentí francamente mal.

domingo, 20 de marzo de 2011

3.1 - La escuela

- Ya hemos llegado – dijo.
- Gracias – cogí el bolso, que había dejado en los asientos de atrás, y abrí la puerta rápidamente.
- Eva.
- Dime.
- De verdad que lo siento si he dicho algo que no debía. Ya sabes que no pienso antes de hablar. Si puedo hacer algo para compensarlo…
- Déjalo, Neo. No tienes por qué disculparte. Lo querías decir, y lo has dicho. Ambos sabemos que sí piensas antes de hablar, y de hecho piensas demasiado. Lo que no entiendo es por qué te empeñas en mentir. No sé si tú te acuerdas de cómo soy yo, pero yo no he olvidado tu forma de pensar y de decir las cosas, y si crees que me puedes engañar lo llevas claro – exploté. - Te conozco casi como si llevara toda la vida contigo - miré hacia el colegio. - Y ahora me voy, que ya llego demasiado tarde – cerré la puerta del coche sin dejar que contestara.

Me fui un poco enfadada y decepcionada, pero al andar un poco se me pasó. Llegué a la puerta principal del colegio y llamé al timbre. Un hombre de unos cuarenta años me miró a través del cristal y me abrió.

- Hola, ¿quieres algo? – me preguntó confundido.
- Hola, buenos días. Busco a Joaquín, el director.
- Aaah, ya, ya sé. Bueno siéntate por aquí, porque aún no ha llegado – señaló unas sillas que había al lado de una pared azul. - ¿Eres Eva?
- Sí, yo misma – sonreí de una forma que después me pareció demasiado falsa. - ¿Y cuándo llegará?
- No tengo ni idea. Teóricamente ya tendría que estar aquí, pero como es el primer día… supongo que no se lo habrá tomado muy en serio. Si quieres les digo a los demás profesores que has llegado y así os vais conociendo.

No sé si fue por cosas del destino, pero antes de que pudiera responderle llamaron a la puerta. Pude ver el rostro de Joaquín esperando al otro lado del cristal. Obviamente lo recordaba más joven, con más pelo, y un poco más alto. Aun así continuaba siendo apuesto y con buena planta.

- Vaya, Eva. Lo siento, ¿he tardado mucho? – dijo al verme ahí de pie mirándole.
- No, no, si yo también acabo de llegar – sonreí.
- Bien, espérame aquí dos minutos y te vengo a buscar.

El hombre que me había abierto la puerta había marchado después de recibir a Joaquín, y me encontraba sola en el hall. No creo que tardara ni dos minutos en volver, y fuimos hacia su despacho. Después de que me indicara que me sentara en una silla me quité el bolso y lo dejé en otra.

- Bueeno… ¿cómo va todo? ¿Has llegado bien hasta aquí? – dijo con una media sonrisa, y se sentó en su sillón.
- La verdad es que he tenido problemas, pero vaya… aquí estoy – le dediqué una de mis mejores sonrisas.
- Bueno, lo importante es que hayas llegado – empezó a buscar unos papeles. – Mira tienes que firmarme aquí… - señaló un recuadro, me dio un bolígrafo y firmé. – Y… aquí también – firmé de nuevo. - Muy bien. Pues a ver, te        encargarás de las clases de castellano de bachillerato. Eso significa que tienes  que saber lo que vale un peine.
- Ya me lo imagino…
- Realmente no lo imaginas. Intentarán tomarte el pelo, porque se te ve joven,  sin experiencia, y ellos harán lo que sea con tal de no trabajar y hacerte la vida imposible. Yo siempre digo una cosa: cuando traspasas la puerta, te conviertes en la que sabe más y la que manda. Aunque parezca que ellos saben de lo que hablan y sean capaces de hacerte dudar, no debes dudar.
- Eso también lo decía mi madre. Pero siempre he estado en contra.
- Bueno. Cuando entres a dar clase te darás cuenta de quién tiene razón y quién no – sentenció con un tono que rozaba lo amenazador.
- ¿Los horarios están listos? – quise cambiar de tema para no empezar con mal pie.
- Sí, ahora los daré. Mira, si sales fuera, sigues el pasillo todo recto y giras a la derecha encontrarás una puerta negra. Es la sala de profesores, y allí están todos los profes. Si esperas allí ahora vendré a daros los horarios.

Me dirigí hacia esa puerta negra, y llamé tres veces. Una voz masculina entonó un “adelante” que me permitió pasar.


Justo lo primero que se veía al abrir la puerta era una gran ventana, cuya luz era el toque esencial que tenía la sala. Una de las paredes tenía un póster de una mona con gafas y un libro bajo el brazo, las otras, en cambio, estaban desnudas. Una gran mesa en medio de la sala rodeada por ocho sillas dividía el espacio en dos. En la pared de la derecha había una estantería llena de cajas y papeles y, al lado, una mesa con una cafetera y un dispensador de agua. En la izquierda se encontraba otra estantería con libros, diccionarios y enciclopedias y, al lado, en línea recta con la cafetera, una mesa con un ordenador. Solo había tres personas, dos mujeres y un hombre. Una de las mujeres parecía pasar los cuarenta, la otra estaría por los treinta, igual que el hombre.


- ¡Hola! ¿Eres Eva? – preguntó el hombre.
- Sí, hola – sonreí para causar buena impresión.
- ¡Encantado! Yo soy Javier, Javi para los amigos – me dio la mano. – Soy el profe de educación física.
- Ah, encantada – continué con mi sonrisa.
- Ana – se presentó la de treinta. – Inglés.
- Yo soy Valeria, doy historia y geografía. Encantada.
- Igualmente – mi sonrisa no cesaba.
- Faltan algunos profesores, pero bueno – dijo Javi al ver que miraba con curiosidad la sala. – La jefa de estudios, Salomé, vendrá dentro de nada. Ahora no recuerdo dónde ha ido…
- Nos ha dicho que iba  un momento al baño. Ay tu memoria, Javi… - comentó   con humor Ana, y él simplemente rió.
- Bueno, mira, tu libro de castellano debe estar en esa estantería… - Valeria se  acercó a la estantería. – Ah, sí, ¿ves?, es este. Míratelo un poco…
- Ay pobre, Valeria… acaba de llegar y ya la mandas a mirar el libro… ¡si no debe ni saber dónde está! – se burló Javi.
- Oye, ¿te han dicho la tutoría que te toca? – me preguntó Ana.
- ¿Tutoría? – fruncí el ceño.
- Sabía que Joaquín no te diría nada, ¿verdad que te lo he dicho, Valeria? – se sentó en la silla del ordenador y lo abrió. Valeria se limitó a asentir.
- Bah, Joaquín últimamente está que no está – comentó Javi. Yo fruncí otra vez el ceño. – Es que su mujer murió.
- Javi… - dijo Valeria como si le advirtiese.
- Valeria… - contestó él, imitándola. – Si se supone que va a estar aquí todo el curso… tendrá que saberlo, ¿no? Sí – se respondió él mismo. – La mujer de      Joaquín murió hace poco… un año o así. Y desde entonces está un poco rarillo.
- Borde, más bien – dijo Ana.
- Y claro, quizá si te decía lo de la tutoría pues no te gustaría o yo qué sé.
- Sois muy rebuscados – dijo Valeria. – Puede que simplemente se haya olvidado de hacerlo. No puede estar en todo.
- ¡Venga hombre, Valeria! Acabamos de volver de vacaciones… ¿y se le ha olvidado? No cuela – dijo Javi.
- Pero… ¿qué es esto de la tutoría? – pregunté yo, y entonces Ana y Javi empezaron a reírse y, Valeria, por primera vez, sonrió.

viernes, 18 de marzo de 2011

3 - Audi

Estuve esperando poco más de cinco minutos, y entonces apareció un Audi A7 de color blanco con los cristales tintados. Paró delante de mí y la ventanilla del copiloto se bajó. El cuerpo estirado de Neo abrió la puerta, y yo subí casi sin pensarlo.
- Buenos días, ¿dónde vamos? – dijo como si fuera un taxista. – Qué pena que no tenga taxímetro… quizá tendría que plantearme comprar uno.

- Pues la verdad es que voy un poco lejos…


No podría describir la cara que puso cuando le dije la dirección, pero me sentí mejor al saber que no entraba a trabajar hasta las diez. O quizá mintió. Aún no lo sé.



- ¿Este coche no es mucho coche para ti? – le pregunté ya que no creía que estuviera montada en un vehículo como ese.

- ¿Qué quieres decir? ¿No te gusta? – hablaba sin dejar de mirar la carretera.

- Yo no he dicho eso. Simplemente no entiendo cómo puede ser que tengas un coche así.

- ¿Así cómo? – se hizo el tonto dejando escapar media sonrisa.

- ¡Ay, Neo! ¡Ya sabes a lo que me refiero…! Un coche A-SÍ no es precisamente barato… - grité un poco.

- Qué graciosa estás cuando te enfadas.

- No me he enfadado.

- Sí que lo has hecho.

- ¡Que no!

- ¿Ves como sí?


Dejé de mirarle y me crucé de brazos, como si fuera una niña pequeña. Lo único que intentaba era que no se me escaparan esas ganas que tenía de abrazarle. Ni ahora entiendo por qué empecé a sentir una especie de atracción hacia él. Lo único que sé es que el haberme reencontrado con Neo me trastocó completamente. Yo no planteaba mi vida cuando estaba con Hugo: era feliz así tal y como estaba, pero fue aparecer Neo y… ¡pum!


- ¿Te has enfadado de verdad? – me miró preocupado.

- Ya te he dicho que no.

- Pero como has dejado de hablar…

- No te quejes, que yo he dejado de hablar pero tú has cambiado de tema.


Pasaron cinco minutos y nadie dijo nada. Era un silencio de esos incómodos, en los que quieres decir algo pero no sabes qué, y de pronto te sorprendes deseando que el otro empiece a hablar, pero no lo hace. Fueron los peores cinco minutos que recuerdo, pero entonces él habló, aunque para decir lo que dijo hubiera preferido estar todo el viaje en silencio.


- ¿Por qué me has llamado a mí?


Esa pregunta me la había hecho yo misma después de que me colgara sin avisar. ¿Por qué a él? La respuesta era clara, aunque no me gustara: no tenía a nadie más. Mi madre murió un año atrás por culpa de un cáncer que no se detectó a tiempo, y mi padre no sé dónde estaba. Siendo hija única, y con el novio en Londres, Neo se había convertido en la única carta con la que jugar.


- Bueno, es igual, no tienes por qué contestar si no quieres – me miró al ver que tenía la cabeza gacha. – Lo siento, ¿he dicho algo que no debía decir?


Me dolió que lo dijera, sí. Me dolió que me hiciera recordar que no tenía en quién confiar si Hugo no estaba a mi lado, y sobre todo me dolía pensar que lo había hecho a propósito. Y es que, una de las cosas que aprendí de Neo en la escuela, fue que lo que dice no lo dice porque sí, sino que sabe perfectamente qué conseguirá al hacerlo y, aunque antes sabía contrarrestarle, lo había olvidado. Eso hizo que me sintiera controlada, manipulada, y de pronto tuve ganas de bajarme de ese coche como fuera.

miércoles, 16 de marzo de 2011

2.2 - La llamada

Recuerdo perfectamente la primera vez que marchó. Me había acostumbrado a abrazarme a él cada noche para sentirme protegida y notar que estaba ahí, a mi lado, y su repentina y larga ausencia me agobió. Y ese agobio se convirtió en paranoia. De pronto me di cuenta que desde la cama se oía como la vecina iba al baño. Si abría el armario de la cocina, también. Y por supuesto cuando lo cerraba de un golpe. Podría decir todo el recorrido que hizo la señora Fernández a las siete de la mañana ese lunes. Y de hecho podría decir también lo que hace cada día, porque siempre hace lo mismo. Además las ventanas chirriaban con el viento, y la persiana no cerraba bien. Y entonces me preguntaba ¿esto antes también ocurría? Pues claro. Pero como Hugo estaba conmigo, yo ni me preocupaba. Si en ese momento hubiera entrado alguien en casa mientras estaba durmiendo, ¿qué pasaría? Antes confiaba en Hugo y en sus capacidades físicas para hacer lo que fuera... pero… ¿y entonces? Me sentía sola en mi propia casa. Esa sensación hizo que pasara todo el tiempo que podía en la calle, porque cuando llegaba y recordaba que él no estaría conmigo me ponía nerviosa.

Ese mismo día en el que me reencontré con Neo me habían ofrecido trabajo en una escuela. Debo reconocer que fui afortunada, porque hacía bien poco que había terminado la carrera, pero se trataba de una escuela donde había trabajado mi madre, y al jubilarse había dicho que quizá me interesaría trabajar allí. Así que cuando se encontraron la plaza de profesora de castellano vacía pensaron en mí.


Ir a ese colegio tenía muchas cosas buenas, ya que había ido más de una vez cuando se celebraban fiestas o hacían puertas abiertas, y además me llevaba muy bien con el director porque fue un gran amigo de mi madre y venía algunas veces a comer a casa. Lo malo era que se encontraba lejos de donde vivía, y encima estaba muy mal comunicado. La mayoría de los alumnos iban a ese colegio porque vivían cerca y, los que no, o los llevaban sus padres en coche o cogían el autobús de la escuela. En cambio los profesores tenían que buscarse la vida para llegar hasta allí, porque el autobús y el metro parecían no existir en ese barrio, y el tren quedaba demasiado lejos. Así que mi único transporte era la moto, pero eso no me preocupaba en absoluto, ya que me encantaba la sensación que me envolvía cada vez que montaba en ella.
Al día siguiente tenía que acercarme hasta el colegio para hablar con el director y acordar qué haría, el horario, las clases… Me levanté temprano para no llegar tarde (ya que la puntualidad es uno de mis puntos débiles), y salí de casa sobre las ocho para poder llegar a las nueve. Pero cuando fui a buscar la moto… por más que intentaba que arrancara parecía que aquel día quisiera hacerme la vida imposible. Después de un cuarto de hora de estar perdiendo el tiempo inútilmente en el garaje empecé a ponerme nerviosa (más de lo que ya estaba) y pensé qué podría hacer para llegar. Una cosa la tenía clara: era tarde y no iba a llegar a la hora, pero tenía que conseguirlo como fuera.

- ¿Hola?
- Hola…
- Vaya, ¿ya me echas de menos? ¿No es un poco temprano?
- Sí, lo sé… ¿estabas durmiendo?
- No, no, qué va. Estaba a punto de coger el coche para ir a trabajar. ¿Pasa algo? Te noto una voz extraña.
- Es que tengo un pequeño problema.
- ¿Y por qué me llamas a mí? ¿Que no tienes a nadie más o qué? – dijo medio   riendo.
- Déjalo, ya me las apañaré – contesté decepcionada.
- A ver Eva, ¿qué ocurre? Venga, olvida mi comentario absurdo y cuéntame.
- Que no, que no. Ya veo que te estoy molestando, lo siento.
- ¿Pero cómo me vas a molestar? No seas tonta y cuéntamelo va, que no habrías llamado si no fuera por algo importante. ¿Dónde estás? – su tono iba   volviéndose cada vez más serio.
- En la calle. Es que mi moto no arranca.
- Y… quieres que te lleve donde se supone que te dirigías, ¿no?
- Sí…
- ¿Dónde estás? Voy a bajar ahora a coger el coche así que dímelo rápido que   dentro de poco se cortará la llamada.
- Delante de mi casa.
- Pues te paso a buscar en cinco minutos.
- Gra… - colgó. - …cias.

sábado, 12 de marzo de 2011

2.1 - Londres

Él me trataba bien, demasiado incluso. En los años de instituto me defendía ante cualquier cosa si yo no podía hacerlo. Llegó a ser alguien muy importante para mí, un pilar que me sostenía cuando yo ya no tenía fuerza, pero creo que nunca se lo demostré. Era un chico tan extrovertido, amigo de todos y querido por todas, que infinidad de veces dudé si realmente yo era su amiga o solo era otro ligue más.
Si me preguntas por mi relación con él, mi respuesta no será muy extensa: éramos compañeros de clase, punto. ¿Por qué? Supongo que nunca aceptaré que un tipo como él hubiera conseguido gustarme. No quiero asumir mi fracaso, aunque indirectamente ya lo estoy haciendo ahora. Es precisamente por eso por todo lo que le odio. Hizo que me enamorara de él como si yo fuera una más de ellas, aunque le demostré que no era así.
Él había hecho que me valorara. Cada vez que me sonreía e intentaba tontear conmigo hacía que me sintiera bien conmigo misma, pero en el fondo me notaba pequeña a su lado, porque si yo estaba feliz era porque él quería que así fuera, y como siempre lo conseguía me invadió la rabia. ¿Era una muñeca para él?
Cuando tomamos caminos distintos me sentí, en parte, liberada. Pero luego me di cuenta de que sin él era un alma perdida. Sus brazos me acunaron durante un tiempo importante, aunque no muy largo, y cuando me dejó ir me  sentí desprotegida.

- Me ha encantado volver a encontrarte. Encima en este momento… me sentía solito – sonrió.
- Solito… - levanté las cejas, sin acabar de creérmelo. - Te debe costar estar solito.
- Huy, qué va. Te sorprenderías de lo solito que estoy últimamente… Pero bueno, no estaba diciendo eso… - se quedó pensando unos segundos. - Supongo que debes vivir aquí.
- Sí, por algo he parado – sonreí ante ese comentario absurdo.
- Bueno… pues aquí te dejo.
- Gracias.
- Nada. Por ti es lo mínimo – puso su mano en mi hombro. - ¿Me das tu número de móvil?

Se lo di, y él me dio el suyo. Cuando subí a casa Hugo ya dormía, y eso que solo eran las nueve y media, pero al día siguiente marchaba de viaje a Londres. Según él, se trataba de una gran oferta de trabajo que no podía rechazar. 


Desde entonces viaja cada semana hacia Londres, porque sus “alumnos” (él dice que son sus clientes, pero yo creo que es mejor llamarlos alumnos) viven allí, aunque algunos de ellos hayan nacido en España. Al menos no se gasta el dinero en sus viajes ya que, como sus alumnos tienen dinero y saben que es un esfuerzo el tener que ir de aquí para allá cada semana, tienen la gran amabilidad de pagarle los billetes de avión. Él no lo aprecia, pero realmente tiene suerte de tener esa gente como cliente, porque cualquier otra persona ni se habría preocupado en pagarle el transporte.
Primero empezó yendo de lunes a miércoles y volvía los jueves de madrugada porque solo trabajaba con un chico, pero poco después empezó a trabajar con más gente. Así que la cosa se alargó y comenzó a currar de lunes a viernes. Mientras tanto yo me quedaba en casa, sin nadie. A veces creía que Dios existe y que, para que no me perdiera, puso a Neo otra vez en mi vida. Pero automáticamente cada vez que pensaba eso me daba cuenta de lo idiota que era.

Al día siguiente me desperté y él ya no estaba. En su mesita de noche había un post-it que decía: “Qué mona estás cuando duermes. Te prometo que llamaré al llegar. Te quiero.”. No me puedo quejar porque durante el primer mes me dejaba siempre una notita cuando marchaba, pero supongo que se acabó cansando, y disminuyó la frecuencia de las notitas, aunque me continuaba enviando mensajes al móvil. Tampoco pretendía que estuviera toda la vida dejándomelas, porque al principio hacían gracia pero al final acababan siempre diciendo lo mismo, pero era bonito saber que antes de marchar había pensado en mí. Aun así prefería que me lo dijera a la cara, que por nota es demasiado fácil, y aquí fue precisamente donde empezamos a ir mal. 

domingo, 6 de marzo de 2011

2 - Reencuentro

Estaba sentada en el suelo leyendo un libro acerca del autismo, ya que sentía interés por el tema, aunque inicialmente hubiera empezado buscando libros de gatos. Mientras leía, absorta, unos pies con bambas Adidas se colocaron justo al lado de mis piernas. Seguí la vista desde los tobillos hacia la cabeza.

- Perdona, es que me gustaría mirar unos libros de aquí... - dijo señalando la estantería que quedaba justo delante de mí y que no podía consultar conmigo en medio.
- Ay, lo siento – me levanté y me fui a sentar en otro trocito de suelo, porque las sillas estaban todas ocupadas.

Ni me fijé en su cara, en su peinado, en sus ojos... tan sólo sabía que sus Adidas eran blancas con el logo negro y los cordones verdes fosforito. Entonces, otra vez vi que el fosforito estaba al lado de mis piernas. Le miré de nuevo.

- Oye... es que antes... eh... bueno... - se rascó la cabeza de una forma bastante graciosa. - Es igual, lo siento...

- Como quieras... - continué leyendo.
- Es que, oye – bajé el libro para mirarlo de nuevo. - ¿Eres Eva?
- Y tú... ¿quién eres? - le dije un poco asustada.
- ¡No me digas que no me recuerdas! - gritó.
- ¡Shhhhhhhhhhht! - el bibliotecario se levantó y vino hacia nosotros. - Chicos,    si queréis hablar vais fuera, ¿eh?
- Perdón, perdón – contesté.

Salimos a la calle, y debo reconocer que estaba muy nerviosa.  A duras penas había cambiado su condición física. Continuaba siendo el chico guapo, alto y musculado que yo había conocido años antes, pero esta vez, mientras lo miraba, también podía observar un chico que había crecido, ahora se le apreciaba su madurez. Quizá era por la barba de tres días que llevaba, y que no le quedaba mal, por cierto. En cambio yo… ¿habría cambiado mucho?, ¿habría notado que ya no soy la misma? De golpe me planteé muchas cosas, demasiadas, y seguro que mi rostro las daba a entender todas.

- Eva, ¿estás bien? – me preguntó cuando salimos de la biblioteca.
- Sí, sí, ¿por qué?
- No sé es que te he preguntado una cosa y me ha parecido como si estuvieras en shock. Ya sé que estabas secretamente enamorada de mí, aunque te hicieras la fuerte, y que ahora al ver    mi impresionante belleza has vuelto a caer en mis redes… pero no sé, podrías disimular un poco, ¿no?
- Serás imbécil. Qué más quisieras tú que yo estuviera enamorada de ti – me puse a reír.
- ¡Eeeh! Continúas teniendo esa risa tan bonita – se me quedó mirando con cara de idiota.
- Sí, y tú esa facilidad para tirar los trastos a la primera chica que se te cruza…
- Esas cosas no se abandonan fácilmente – y me sonrió. – Lo que te he      preguntado antes… ¿tienes tiempo para ir a tomar algo y charlar?
- Ahora mismo la verdad es que no.
- Uuuuhh… ¡tienes miedo! – gritó y echó una carcajada.
- ¿Qué dices?, ¿miedo a qué? – le devolví el grito.
- Tienes miedo a quedarte conmigo – y movió las cejas haciéndose el interesante.
- Estás fatal.
- Lo sé. Pero si no es por eso, ¿entonces por qué te tienes que ir?
- Porque mi novio me está esperando en casa, le había dicho que llegaría a las nueve y son las nueve y cuarto. Tengo un cuarto de hora de camino…
- Pues llámale y dile que te has encontrado con el amor de tu vida y que   necesitas hablar con él.
- Definitivamente estás fatal.

Me acompañó a casa. No sé cómo acabó convenciéndome,  ni si realmente lo hizo, pero me acompañó.
Cada vez que le miraba a los ojos sentía esa sensación de debilidad, de inferioridad, pero a la vez sabía que estaba más segura que nunca. Y eso lo podía todo, porque aunque me sintiera alguien inferior a él, no era por su forma que tenía de tratarme, sino porque yo sola lo sentía así.

jueves, 3 de marzo de 2011

1.2 - Neo

Por otro lado, a Neo lo conocía desde los trece. Íbamos juntos a la escuela, pero nunca llegamos a ser grandes amigos, aunque fue mi compañero de pupitre de los quince a los diecisiete. Nos hablábamos, intercambiábamos opiniones de cualquier asunto, pero nunca me pareció alguien con quien confiar. Básicamente no me daba buena espina que alguien tan joven fuera capaz de tener tal elocuencia como la que él tenía, ni creía que la empleara solo para asuntos bondadosos. De hecho con ella conseguía todo lo que quería, de todos excepto de mí. Fue el galán del curso, y prácticamente de la escuela. Chica que quería, chica que tenía. Pero al llegar a mí se encontró frente un muro. Le daba su propia medicina: ¿a caso se creía que él era el único con esa capacidad para hablar y convencer? Poco a poco se fue encaprichando conmigo, era perfectamente perceptible. 

Acabé siendo una obsesión para él, pues quería tenerme como fuera, pero no lo consiguió. Al final, el último día de curso se me acercó y me dio la mano. Entonces me dedicó una gran sonrisa y añadió: “gracias por ser así, nunca me lo había pasado tan bien como en estos últimos años”. No le contesté, pero yo también me lo había pasado muy bien, pues me había hecho ejercitar mentalmente para conseguir responder todos sus comentarios con doble sentido o con mala intención. Mentiría si dijera que no había sentido nada físico por él, pues tenía como segunda casa el gimnasio y era bastante apuesto, pero por aquel entonces tenía las ideas muy claras y sabía que si había dicho que no, era que no.

En cambio, seis años después, cuando finalicé la carrera de Filología Hispánica, ya no era esa chica guerrera que él recordaba. Y así fue como me encontró una tarde en la biblioteca del barrio.