Photobucket

jueves, 28 de abril de 2011

5.2 - Coche de juguete

- ¿Qué, lo coges tú? – me dijo sonriendo.
- Sí… - alargué el brazo y descolgué el teléfono. - ¿Sí?
- ¿Eva?
- Sí, soy yo – miré a Hugo fijamente.
- ¡Hola! Soy Samuel, ¿molesto?, ¿hacías algo importante?
- ¡Ah! ¡Samuel! No, no qué va – me sentí aliviada.
- ¿Esperabas otra llamada o algo?
- No, no, tranquilo – tapé el teléfono y susurré a Hugo que se trataba de un profesor del colegio. Se fue a preparar algo ligero para cenar. - ¿Pasa algo, Samuel?
- Ah, no, no. Simplemente quería desearte suerte para mañana. Es que los viernes entro a las diez, y como será tu primer día, pues…
- Ay muchas gracias, de verdad… - me desconcertó un poco a la vez que me agradó su detalle.
- Es que hoy has marchado tan rápido que no he podido decírtelo en persona, y he pensado que te haría gracia que te llamara – suspiró.- Además me gustaría contarte una cosa…
- Claro, dime - me tranquilicé al ver que realmente esa llamada tenía un porqué.

De fondo se oía la voz de un niño emitiendo sonidos extraños que, según me acabó comentando Samuel, se trataba de Alberto jugando con un coche de juguete. Me explicó que Carla le había vuelto a llamar, y que lo había invitado a la boda. Después de estar balbuceando un buen rato sin que pudiera enterarme de lo que me quería decir, le pedí que se tranquilizara y que intentara aclarar sus ideas, que respirara y que entonces me contara, sin prisas, lo que le ocurría.

Carla se iba a casar en dos meses, y quería que Alberto estuviera en la boda. Eso significaba que alguien tenía que acompañarlo, porque a ella no le gustaría tener que estar todo el rato pendiente de lo que hacía su hijo. La abuela paterna quedaba totalmente descartada porque “ella no haría nada por esa mujer que ha desgraciado la vida de su hijo”, y con la materna tampoco se podía contar, ya que se quería desentender de todo lo que tuviera que ver con “el otro” y, eso, obviamente, incluía a Alberto. Solo quedaba Samuel como posible acompañante, pero sus sentimientos lo hacían demasiado vulnerable para poder pensar con claridad.

- ¿Qué puedo hacer? Yo no quiero ir a esa boda, ¿sabes lo que me supondría verla casarse con otro tío? Y es que estoy seguro de que lo hace para joderme. ¡Si no quiere el niño! ¿Por qué coño ahora lo quiere en la boda?
- ¿Cómo que no quiere el niño?
- No tenemos la custodia compartida. El niño lo tengo yo y, ella, cuando se acuerda, decide que le viene a dar unas chuches. Que a mí eso ya me va bien¿eh? Que así no la veo mucho. Pero si no se ha interesado en tenerlo ni siquiera unos días al mes, pues qué quieres que te diga, ¿por qué lo va a querer en su boda?
- Bueno, no lo sé… - no tenía argumentos ni tampoco quería buscarlos.
- Si lo que quiere es vivir la vida sin tener ninguna responsabilidad de este tipo, pues genial, que viva la vida. ¿Pero entonces qué pinta el niño en la boda? Es que no lo entiendo, te lo juro que no lo entiendo. Lo hace para joder. Seguro.
- ¿Y todo esto que me dices a mí se lo has dicho?
- Eh… más o menos – susurró.
- ¿"Más o menos" qué quiere decir?






Cenamos. Hugo había preparado una ensalada (que era lo único que aceptaba cocinar y que se le daba bien hacer), y eso iba a ser todo lo que comería esa noche. Cuando me senté me observó atentamente, casi sin parpadear. A mí me entró la risa al ver su cara de concentrado y, él, intentando que no se le contagiara, aguantó su mirada penetrante.

- ¿Qué haces? – le dije medio riendo, medio comiendo.
- ¿Qué quería ese “profesor”? – subió las cejas.
- ¿Estás celoso? – quise picarlo.
- ¿Me respondes?
- ¿Y si no lo hago?
- ¿Por qué me respondes con preguntas?
- ¿Te pongo nervioso? – pregunté a propósito para chinchar, riendo cada vez más.
- Huy, si tú supieras todo lo nervioso que me pones… no podrías salir de esta habitación… - apretó los labios y me miró insinuante.
- ¿Estás intentando algo con eso? - me mostré impasible.
- No te hagas la tonta… Ambos sabemos que te mueres por mí y por este cuerpo que Dios me ha dado y que yo he trabajado… - empezó a pasar la mano por su torso intentando parecer sensual y gracioso a la vez.
- Sabes que sí… pero ahora mismo estás haciendo un poco el pena… - solté una carcajada.
- Mira que eres cruel conmigo. Pues ahora te quito la ensalada tan fantástica    que con mucho amor te he preparado, ¡y a ver qué comes!
- Claaro… como yo no sé cocinar, ¿verdad?
- Te odio - levantó la barbilla y cerró los ojos.
- ¡Eh! ¿Pero ahora qué he hecho? – fruncí el ceño un poquito a la vez que reía.
- ¡Que no me has respondido qué quería el profesor!

sábado, 23 de abril de 2011

5.1 - Mensajes

- Hola, cariño – me dijo cuando subí.- ¿Cómo ha ido?
- Muy bien – le di un beso. – Adiós Escuti – le dije a la moto cuando pasamos por delante. - ¿Cómo es que me has venido a buscar?
- Quería darte una sorpresa. Vamos a comer por ahí, ¿quieres?
- ¡Claro! ¿Cómo no voy a querer?

Pasé toda la vuelta hablando y hablando sobre los profesores, quiénes y cómo eran, qué hacía cada uno, qué pasaba en la sala, lo nerviosa que estaba por tener que empezar al día siguiente… Él simplemente me miraba y reía, y eso a mí ya me parecía bien.
Paró el coche y bajamos delante de un restaurante del centro que yo no conocía. Él, seguro de lo que hacía, entró el primero y saludó al chico que había en la entrada.

- Buenos días, si me acompañan, por favor…
- ¿Pero dónde me has llevado? – susurré.
- Bah, no es nada… ¿verdad Arturo?
- Verdad, verdad – dijo el camarero que nos llevaba hacia la mesa. – “No es nada” para vosotros, que si fuerais otros no habríais entrado vestidos así… - miré cómo iba vestida un poco ofendida por su comentario. – Que no vais mal, ¿eh? Pero aquí se va de otro estilo… más arreglado, ya sabes.
- Ya, ya…
- Gracias, Arturo – dijo Hugo cuando llegamos a la mesa.


Estábamos en una sala separada del comedor principal, demasiado elegante para nosotros, aunque menos cargada de decoraciones que la principal. Mientras comíamos Hugo intentaba analizar mis gestos para averiguar si me había gustado o no la sorpresa. La verdad es que me habría gustado mucho si no hubiera sido porque había visto a Neo en el comedor principal. Al verle giré la cara rápidamente, pero sabía que él también se había percatado de mi presencia. Cuando Arturo nos hizo entrar en la sala suspiré: por lo menos no tendría que soportar la presión de tenerle ahí, pero no todo podía ser buena suerte, ya que me envió un SMS en el que decía: “No hagas ver que no me has visto, ¿qué haces en este restaurante?”.
No le contesté, y a los cinco minutos recibí otro: “¿Ahora no me respondes? Ni que mantuviéramos una relación secreta.” Noté cómo Hugo se ponía nervioso, y debo reconocer que yo también lo estaba.

- ¿Quién te envía tantos mensajes? – me preguntó.
- Ah, nadie... Es publicidad… - y continué comiendo.

“Bueno, como quieras. ¿El chico que te acompaña es el famoso Hugo? Mañana me pasaré por tu colegio. Beso.” Un tercer mensaje no colaba como mensaje de publicidad, pero no preguntó nada. Me sentí realmente mal, y la tarde fue empeorando por momentos. Al volver no nos dijimos nada. Entramos en casa, se sentó en el sofá, abrió la televisión y yo me estiré en la cama. Me puse a llorar, y después me dormí.

- Amor… - algo me sacudía. – AMOR…
- ¿Eh? – abrí los ojos. - ¿Qué?
- Lo siento, cariño, pero es que ya llevas tres horas durmiendo y luego no te podrás dormir por la noche… Son las ocho y cuarto – se sentó al borde de la cama, a mi lado.
- Ah, gracias… - me estiré un poco.
- Por cierto, hará una hora o así ha llamado un chico. No te he dicho nada porque me ha sabido mal despertarte. Ha dicho que volverá a llamar, pero no me ha dicho su nombre.
- Ah – mi corazón empezó a latir salvajemente.
- ¿No esperabas que nadie te llamara ni nada?
- Pues que yo recuerde… no – disimulé un poco los nervios.
- Bueno, pues resolveremos este misterio cuando vuelva a llamar – sonrió.

En ese momento me di cuenta de que no se había enfadado ni se pensaba cosas raras sobre mí. Me avergoncé bastante al ver que yo sola me montaba películas para no dormir. Le di un beso, me lo devolvió. Entonces sonó el teléfono. Pum, pum. Pum, pum. Pum, pum.

lunes, 18 de abril de 2011

5 - Samuel

- ¿Sabes qué me ha pasado esta mañana? – cerró el libro de golpe.
- ¿Qué? – me despertó la curiosidad.
- Me ha llamado Carla. Que se vuelve a casar, me ha dicho – volvió a abrir el libro y lo cerró rápidamente. Levantó la cara y me miró fijamente. - ¿Tú te crees? ¡Pero si a penas ha pasado un año y medio! ¡Y se casa otra vez!

Samuel, un chico apuesto, simpático, que cuando hablaba impresionaba por su voz masculina, y que además imponía por su forma de pronunciar las palabras. Un chico con tanto potencial derrochado por culpa de su ex mujer. En el desayuno del miércoles me había contado que la había encontrado manteniendo relaciones sexuales con un vecino en su cama, y que entonces él le pidió el divorcio. Mientras me lo explicaba se puso a llorar y acabó confesándome que dudaba hasta que su hijo fuera suyo, y que eso nunca se lo había dicho a nadie. Me levanté y me senté a su lado, ya que estábamos uno enfrente del otro, para darle un abrazo. Recuerdo que ese día tuve envidia de su capacidad para confiar en la gente, aunque seguramente otras veces eso le habría causado problemas. Cuando aceptó mi abrazo empezó a llorar con más intensidad, y entre sollozos entendí que aún la quería, pero que no era buena para él ni para Alberto, su hijo.

Siempre había creído que esas historias solo ocurrían en los culebrones como Frijolito o Pasión de Gavilanes, pero entonces me di cuenta de que estos se tenían que basar en algo real.

- Bueno Samuel, pues será peor para su marido. Tienes que mirar hacia delante, ella ya es el pasado… piensa en Alberto, ¿no crees? – le dije flojito, ya que los otros profesores estaban por allí y no quería que me oyeran. Noté que todos se habían callado, ya que seguramente estarían intentando captar algo de nuestra conversación.
- Alberto yo creo que no se da cuenta de nada.
- Yo no lo creo… los niños se enteran mucho más de lo que crees. Venga, cielo,  si se va a casar de nuevo pues le das la enhorabuena y que sea feliz. Tú debes recorrer otro camino.
- Si tienes razón, pero me cuesta mucho…
- Pues poco a poco – le di un golpecito en el hombro y me serví un café. - ¿Quieres?
- No, gracias. Ya estoy demasiado nervioso.

La mañana transcurrió tranquila. No había mucho diálogo entre el profesorado, seguramente porque estábamos demasiado nerviosos o porque no queríamos que llegara el viernes.

- ¡Ya podríamos empezar el lunes! – dijo Pepe, el de química, cuando     bajábamos las escaleras para irnos a casa.
- Pues sí Pepe, pero va a ser que no – respondió Lorena. – Ahora solo nos queda desear que los chicos vengan tranquilos…
- Para eso vosotros los latinos tenéis una frase, ¿no? ¿Cómo era? – bromeó Salomé.
- ¿Alea jacta est? ¿Te refieres a esa? – contestó Lorena.
- ¡Sí! ¡Esa!
- Bueno, podría ser una interpretación, sí…
- Nos vemos mañana, señores – dije cuando llegamos a la puerta.
- Si que te despides deprisa, ¿no? – se extrañó Javi.
- Es que hoy me vienen a buscar… - sonreí.
- Bueno pero siempre te vienen a buscar, ¿no? – continuó preguntando.
- ¡Pero pobre chica! Deja de hacerle preguntas hombre, que haga lo que quiera – saltó Ana.
- No pasa nada, mujer – me reí. – Es que hoy me viene a buscar mi novio.
- ¿Y el de los otros días quién era entonces? Porque yo me pensé que era tu novio… - se interesó Carlos.
- Un amigo – respondí algo seca.
- Un amigo, ¿eh?... ¡Pues qué buenos amigos que tienes! ¡Anda, chica, ve! No te entrenemos más… ¡descansa mucho!

Teóricamente tendría que haber vuelto sola en moto, pero Hugo me envió un mensaje a media mañana diciéndome que le hacía gracia venir a recogerme. Eso significaba que mi moto se quedaría allí y, por lo tanto, se comprometió a llevarme el viernes por la mañana al colegio. Miré la carretera, y me sorprendí buscando un Audi. Un Renault Mégane tocó el claxon desde la otra acera. Allí estaba Hugo. 

viernes, 15 de abril de 2011

4.2 - Escaleras

Después de despedirme con un buen beso y un gran abrazo cerré la puerta de casa y bajé por las escaleras. Nunca me gustaron los ascensores. Gastan energía inútilmente, te convierten en un ser cómodo incapaz de subir y bajar unos escalones, y además pierdes tiempo esperándolo porque parece que todos los vecinos se han puesto de acuerdo para salir a la vez. Por no hablar de cuando alguno de ellos se olvida la puerta abierta, o se encuentra con otro y empiezan a hablar sin pensar en el pobre desgraciado que quiere utilizarlo.

 
Las escaleras rodeaban el hueco del ascensor, y cuando bajé me encontré a Paco, el hombre que vivía en el segundo, que precisamente estaba esperando para poder montarse en la gran máquina tele transportadora. Nos dimos los buenos días y continué bajando, pero cuando estuve a medio piso escuché que decía mi nombre. Subí dos escalones hasta que pude verle y le sonreí mientras le preguntaba qué necesitaba de mí.

- Esta semana has empezado a trabajar en una escuela, ¿verdad, bonita?
- Pues sí, esta misma semana, sí – me pareció extraño que lo supiera.
- Qué bien, en estos tiempos es difícil encontrar trabajo… me alegro mucho por ti, bonita.
- Muchas gracias, Paco, de verdad. Creo que no soy capaz de darme cuenta de  la gran suerte que he tenido al encontrar trabajo tan temprano.
- Pues sí, la verdad es que has tenido mucha suerte. Mi hija acabará este año la universidad y yo creo que lo tendrá muy difícil para encontrar trabajo… - miró al suelo como si estuviera avergonzado.- ¡Y encima trabajas de lo que te gusta!   Mírame a mí que ahora me voy a trabajar al mercado, y nunca me ha gustado hacerlo. Pero, ¿sabes, bonita? Te acabas acostumbrando. Ahora hasta podría     decir que me gusta un poco, pero solo un poco, ¿eh? A quien le gusta de verdad es a Concha. Ella sí que disfruta…
- Lo sé, Paco, se nota mucho que a Concha le encanta. Si entras al mercado lo   primero que se oye es su voz hablando con las clientas – vi como el ascensor subía y se paraba en el segundo. – Bueno, Paco, voy bajando. Que vaya bien el día.
- ¿No subes?
- No, gracias.

Me monté en la moto, que ya estaba arreglada, y empecé mi cuarto día en la escuela. El martes y el miércoles había conocido a los otros profesores y, aunque con Lola y Carlos no había hecho muy buenas migas, me sentía a gusto allí dentro.

- ¿Preparada para el último día de relax? – me saludó Javi cuando entré a la sala de profes.
- Uf, no sé, estoy un poco nerviosa…
- ¡Huy, no! No te pongas nerviosa, mujer. Mírame a mí, me han cambiado las obras que entran en selectividad, y estoy aquí tan pancho – dijo Martín, que se estaba tomando un café.
- Pero tú ya te lo conoces todo – dije. – En cambio yo…
- ¡No, no! Tú también lo sabes. ¿Would you like a coffee? – me preguntó Ana.- Yo es que ya voy practicando, ¿sabes?
- Como si te faltara practicar, Ana – bromeó Javi. – Quien tiene que practicar es Lola, ¿eh Lolita?
- Muy gracioso, Javier, pero creo que tendrías que ser tú quien practicara. Creo que has llegado con unos kilitos de más – contestó ella.
- Bah, pero si les digo a mis alumnos que corran por el patio, no hace falta que yo lo haga. En cambio tú tendrás que hablar en francés, y creo que lo tienes un  poco olvidado. Como me han dicho que ahora te entiendes con un alemán… - empezó a reír él solo, y después se le añadió Ana.
- ¿Y a ti qué te importa con quién me entiendo o me dejo de entender? – saltó  Lola.
- Venga, hombre. Parecéis un par de críos. Javi, aguántate un poquito estas ganas de chinchar, ¿quieres? – dijo Salomé.

Poco después entró Samuel, el profesor de dibujo técnico. Cuando lo conocí el martes no me cayó excesivamente bien, pero el miércoles fuimos juntos a desayunar y consiguió cambiar mi opinión. Tenía treinta y un años, un hijo de tres, y estaba separado de su mujer desde hacía año y medio. No sabía qué decirle ya que cuando le miraba me acordaba del motivo de su divorcio y del sufrimiento que eso le había causado. Se sentó a mi lado y empezó a hojear su libro. Suspiró unas cuantas veces.

 - Qué pereza me da tener que empezar mañana – susurró.
- Yo no puedo parar de ponerme nerviosa.

miércoles, 13 de abril de 2011

4.1 - Jueves

Soñé que Hugo volvía y me pedía explicaciones por encontrarme durmiendo en el sofá con Neo. Yo intentaba decirle que solo era un amigo, pero él no me quería escuchar. Hizo la maleta y marchó. Mientras Neo continuaba dormido y Hugo bajaba las escaleras con la maleta, yo lloraba en el sofá. Desconozco totalmente el significado de ese sueño, ni sé si realmente tenía uno, pero hizo que despertara en mí algo que hasta el momento había permanecido dormido.

Algo tocó mi nariz repetidamente, y abrí los ojos. Me encontré con la cara de Neo a menos de un palmo de la mía y, como era de esperar, me asusté. Echó una carcajada, se levantó y me miró desde arriba.

- Me tengo que ir, y no quería marcharme sin que lo supieras – habló bajito.
- Ah, vale, gracias – susurré.
- Gracias a ti por invitarme a comer.
- Ya ves tú qué esfuerzo… has hecho tú la comida – estiré los brazos. – Vuelve cuando quieras, ya sabes dónde piso…
- Madre mía, estás dormidísima…
- ¿He dicho “piso”? Joder quería decir “vivo”… claro, como vivo en un piso… ya sabes dónde piso… - me reí de una forma un poco ridícula.
- Creo que me voy, ahora sí – sonrió. – Por cierto, son las siete.
- ¿¡LAS SIETE?!


Le di dos besos fugaces y me metí directa a la ducha. Entonces una gran manada de pensamientos extraños invadieron mi cabeza e hicieron que empezara a preocuparme por la relación con Hugo. Seguramente fueron causados por el sueño, y eso me hacía enrabiar. Solo había pasado un día desde que Hugo había marchado a Londres, ¿y ya estaba así? Sinceramente creí que cada día estaría peor, pero para mi sorpresa no sucedió así.

Lunes, martes y miércoles. Cuando desperté el jueves me encontré abrazada a Hugo. Me sorprendí, pero entonces recordé que había llegado hacía unas horas y yo, dormida, le había dado un beso y me había agarrado a él como una lapa. No pude contener mis ganas y empecé a zarandearlo. Abrió los ojos y sonrió. 

- ¿Qué te pasa? – dijo intentando dejar de sonreír aunque no pudiera.
- ¡Ayyyy! Estás aquí – puse cara de tonta.
- ¡Es verdad! ¡Estoy aquí! - bromeó y me abrazó.

En ese momento no existía nadie más que no fuéramos él y yo, y todos esos sentimientos confusos que me habían inundado los días anteriores desaparecieron como por arte de magia. Al notar sus dedos recorriendo mi cuerpo y, al sentir su respiración en mi cuello, se me puso el vello de punta, y recordé lo mucho que quería a ese chico que tenía junto a mí y al que por poco había olvidado. Quizá fue porque en realidad tenía ganas de volver a verlo, pero sé que ese jueves lo vi mucho más guapo, más sensual y atractivo… más de todo. 

- Te quiero – me dijo cuando me levanté de la cama.
- Yo también te quiero. 

Le conté lo que había pasado con la moto, y cuando me preguntó qué había hecho para ir a la escuela no le hablé de Neo. En el fondo tenía miedo. ¿Qué hubiera pasado si le hubiera contado que Neo me había estado acompañando cada día? Como mínimo me habría preguntado quién era, a lo que yo seguramente habría respondido que un amigo del instituto. Conociéndole sé que no le habría gustado saberlo, así que por el momento tomé la decisión correcta. Aun así no me sentía bien conmigo misma, porque le estaba mintiendo a mi novio. Quizá luego habría improvisado un interrogatorio acerca de mi relación con él, y seguramente habríamos acabado mal. No valía la pena jugármela.