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miércoles, 23 de marzo de 2011

3.2 - En el taller

Hablando con sinceridad, tenía miedo al pensar en cómo serían los demás profesores de la escuela. ¿Y si no me llevaba bien con ellos? Pero por suerte ese miedo se evaporó al ver que eran muy simpáticos, y sobre todo al comprobar que tenían un gran sentido del humor. Y, aunque solo hubiera conocido a tres de ellos, me había llevado una buena impresión, y eso es lo que realmente importa, porque si solo llegar no me hubiera sentido cómoda habría sido difícil conseguirlo después.
Estuvimos un rato hablando, y después llegó Salomé. Si Ana y Valeria eran morenas, ella era rubia, pero se le notaba que no era su color natural. Supongo que tendría unos cuarenta años más o menos, aunque parecía más joven. El buen rollo no se rompió al añadirse a nosotros, sino al contrario. Parecía que llevara toda la vida entre esa gente, y me contaban todos los cotilleos que pudiera necesitar para moverme por entre aquellos pasillos. También me avisaron sobre algunos alumnos y cómo tratarlos, y hasta me dieron consejos para no perder los nervios.
Fue Salomé quien me contó que había habido problemas con la asignación de una tutoría de bachillerato, y por horarios solo podía hacerla yo. Según su punto de vista, iba a ser algo difícil para mí, pero yo lo vi como una gran oportunidad para conocer a los alumnos, y también como una manera de hacer algo más que castellano y así entretenerme un poco.

Salí a las dos del mediodía del colegio dispuesta a marchar a casa, y entonces recordé que mi moto no estaba allí porque no funcionaba. Mi móvil empezó a sonar.

- ¿Hola? – dije al ver quien llamaba.
- ¡Hola! Te estoy viendo, ¿vienes? – dijo.
- ¿Que me estás viendo? ¿Dónde estás? – empecé a mirar por todos sitios para  ver si veía el Audi.
- Casi. Casi miras hacia la dirección donde estoy… Vamos, mujer, ¿no me ves? – se estaba riendo.
- ¡Neo! – grité fingiendo que me estaba enfadando, aunque en el fondo me parecía algo divertido. – Venga, ¿dónde estás?

Una vez le hube localizado subí al coche de nuevo sin planteármelo, ya que si no lo hubiera hecho habría tenido que ir a buscar un taxi o algún otro transporte público, y no tenía ganas.

- ¿Cómo sabías a qué hora salía? – le pregunté cuando me hube atado el cinturón de seguridad.
- No lo sabía – sonrió y arrancó.
- ¿Y entonces?
- Llevo desde la una aquí esperando para asegurarme… – se le veía       avergonzado.- Ya empezaba a creer que habías salido antes…
- Vaya, pues gracias…


Me miró unos segundos mientras estábamos parados en un semáforo, y puso su mano derecha en mi rodilla. El hombre del semáforo se puso en rojo, Neo me dio un golpecito suave y arrancó. Mi corazón estaba a punto de alcanzar tal velocidad que creí que me iba a salir del pecho. Empecé a tener mucho calor, demasiado, y me quité la chaqueta.

¿Cómo podría describir su pelo? Ni rubio ni moreno, algo largo aunque tampoco demasiado, y lacio. Demasiadas veces quise que mi mano se perdiera entre sus cabellos, y me avergonzaba por ello. Me quedé mirándolo fijamente mucho rato mientras conducía, y él, que se había dado cuenta, se limitaba a sonreír y a mirar adelante.

Llegamos a mi calle y bajé del coche. Miré hacia la acera donde había dejado la moto, y no la encontré.

- ¡Mi moto! ¡Mi moto! ¡Me han robado la moto! – grité como una loca después de recorrerme la calle dos veces.
- Estate quieta, ¿quieres? Te la he llevado yo al taller – me dijo mientras me seguía.
- ¿Qué? – paré en seco. - ¿Y cómo has cogido mi moto? Si tengo yo las… - empecé a buscar las llaves en mi bolso pero no las encontré. - ¿Y mis llaves?
- Tengo una manía, y es que cada vez que bajo del coche miro si me dejo algo,  tanto en los asientos delanteros como en los traseros, y al mirar los de atrás…  he visto las llaves. Supongo que se cayeron del bolso – me miraba con mucha tranquilidad mientras hablaba. – Y he pensado que podría llevártela al taller.
- ¿¡Y por qué no me lo has dicho!? ¡Joder! – lo miré casi enfadada, y me di cuenta de que estaba un poco asustado. - ¿Pero cuántas vueltas he dado? – comencé a reír para que cambiara su expresión.
- No sé, dos o tres… - sonrió un poco para disimular.
- Bueno, pues gracias por llevarla. Ya me dirás cuánto te ha costado y te lo devuelvo.
- No, tranquila. No tienes que pagarlo.
- ¿Cómo que no? Sí, hombre.
- Que no, mujer. Digamos que es un regalito…
- Aaanda ya. Pago yo el taller y ya me regalarás una cosa mejor que eso – insinué.
- Bueno, me lo pienso.

Había quedado un poco tocado por mi reacción, aunque tampoco hubiera sido para tanto. Dio media vuelta y se dirigió hacia el coche, que estaba en segunda fila. Dije su nombre, se giró, y se despidió con la mano. Supongo que no le gustó que después de haber tenido el detalle de llevarme la moto sin que se lo pidiera reaccionara de esa forma. Me sentí francamente mal.

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