Corrí hacia casa después de colgar. Claro que sabía que ese día regresaba, pero se me había olvidado en el último momento. Teóricamente ayer no tendría que haber estado con Neo, por lo que me habría dado tiempo de ir a buscarle. Pero no, él tuvo que irme a ver, y yo tenía que volver a fastidiarla.
Una vez en casa me fui a la ducha, como si el agua caliente me fuera a quitar toda la culpa y el arrepentimiento. Cuando estaba a punto de enjabonarme el pelo por segunda vez escuché cómo se cerraba la puerta del piso. Luego se abrió la del baño y una mano cogió la cortina de la ducha.
- ¿Quién es la chica más afortunada que hay en este baño? - preguntó con un tono juguetón.
- ¿Afortunada por qué?
- Bueno... porque su fantástico novio acaba de llegar y tiene muchas ganas de verla...
- De verla, ¿eh? …
Abrió la cortina y para hacerle una broma picarona le salpiqué con el agua. Me contestó diciendo que no me la devolvía porque estaba muy cansado y se iba a dormir, pero que cuando se levantara me iba a enterar. Una mueca fue mi mejor respuesta. Aunque en el fondo quizá tampoco quería que hubiera entrado conmigo...

La ducha me dejó un poco más relajada, pero cuando vi que mi móvil estaba vibrando en la mesilla de noche, justo al lado de la cabeza dormida de Hugo, y que en la pantalla ponía “Neo”, mi corazón volvió a agitarse. Juro que le odiaba. Intensamente. Y no le contesté. Cuando colgó aproveché para desconectarlo. Fui al salón y me estiré en el sofá. Entonces sonó el teléfono fijo.
- ¿Sí?
- Hola, ¿está Eva?
- ¿Por qué me llamas? - susurré al reconocer su voz.
- Porque me ha descolocado que marcharas así de repente. Pero bueno, ¿qué te ocurre?
- No me ocurre nada, pero sabes que no está bien que me llames. ¿Y si no respondo yo? - empezaba a sentirme incómoda al saber que Hugo estaba en la habitación de al lado.
- Bueno pues finjo que me he equivocado, o saludo a Hugo. Por cierto, ¿cómo está?
- ¿Pero a ti te corre sangre por las venas?, ¿estás oyendo lo que dices?, ¿no tienes remordimientos o qué?
- ¡Oye! ¡Mira quién habla! No estoy haciendo nada que no hagas tú.
- Cuelgo – sentencié.
- ¿Pero me llamarás?
“Le odio”, pensé de nuevo. Pero sabía que aunque lo pensara, eso no iba a cambiar nada.
Hugo y yo nos habíamos conocido en el gimnasio. Un poco inusual, pero fue muy divertido y romántico. Estábamos los dos en clase de spinning, él como profesor y yo como novata. Quise mostrarme más que apta para ser una deportista de élite especializada en spinning (ya ves tú las tonterías que se hacen para ligar aunque sea solo un poquito), y acabé desmayándome al final de la clase. Me desperté en Urgencias; él me había acompañado. Al salir le prometí que nunca más me iba a presionar tanto porque sí, y él me dijo que se ofrecía para ser mi entrenador y así se aseguraba que cumplía mi promesa. Y, aunque un año después dejara el gimnasio y empezara a ser un coach reconocido, continuaba siendo mi entrenador personal, y poco después también mi pareja.